En la primera
entrega de este artículo, se relato la salida de nicaragüenses del país, puesto
que la persecución y la desesperanza es el común denominador de las políticas
represivas de Daniel Ortega. Lo anterior redunda en una profunda crisis
económica, que se refleja en la caída del sector turismo.
En esta segunda
entrega, Axel Preuss-Kuhne continúa con el análisis de Kirk Semple, consignado
en el artículo ‘There’s no
law’: political crisis sends Nicaraguans fleeing y publicado en
el sitio irishtimes.com el 7 de agosto de 2018.
Toque de queda de facto
En Granada, una joya de antaño con una vibrante industria
turística, las calles coloniales solían estar llenas de extranjeros visitando
iglesias, maniobrando en carruajes tirados por caballos o relajándose en los
cafés de bellos patios. Pero en una tarde, hace pocos días, no había ni un
turista a la vista.
Osman Guadamuy,
languideciendo en la cabina del carruaje de caballos en la plaza central de
Granada, dijo que el negocio nunca había sido tan malo. En una semana, había
sido contratado por turistas una sóla vez: una pareja mexicana que quería hacer
un recorrido por la ciudad. Si vendía sus caballos, eso podría mantener a su
familia durante el resto del año, y señaló que probablemente tendría que
emigrar a Costa Rica.
El estado
moribundo de Nicaragua se hace más evidente por la noche, particularmente en
Managua, la capital y otras ciudades, cuando el miedo a las fuerzas
paramilitares y los criminales que se aprovechan del desorden empujan a los
nicaragüenses al interior de las casas. Las empresas comienzan a cerrar a media
tarde y los empleados se van a sus hogares.
Al anochecer, los
restaurantes y bares se han apagado y se aplica un toque de queda de facto.
"Nos sentimos prisioneros en nuestras casas", dijo Xochilt Aguirre,
gerente general del Hotel Plaza Colón en Granada.
A lo largo de
Nicaragua, muchas vidas han sido puestas “patas arriba”. A principios de año,
Laura Flores tenía un próspero negocio de yoga y una nueva empresa de
paisajismo. Entonces estalló la crisis. Casi todos sus clientes de yoga huyeron
del país, al igual que la mayoría de sus amigos más cercanos. Su negocio de
jardinería naciente se secó, y cuando el recuento de cadáveres aumentó, comenzó
a temer por su propia seguridad. "Mi independencia se fue al
infierno", dijo. Ella ha decidido unirse a familiares en los Estados
Unidos.
El levantamiento contra Ortega se produjo con tanta
rapidez que pareció sorprender a todos, incluso a la oposición.
"Cuando fui a la universidad y vi una barricada por primera vez, dije:
'Nunca imaginé que íbamos a estar en Managua luchando contra la policía'
", dijo Harley Morales -de 26 años-, una líder estudiantil de la
oposición. "Nunca lo imaginé".
Morales ahora está
escondido, al igual que muchos líderes de la oposición. El temor a las
represalias se extiende a toda la población nicaragüense, incluidos los que han
participado en marchas o han criticado a la administración de Ortega en las
redes sociales. La gente ahora mira cuidadosamente lo que dicen y a quién lo
dicen.
Necesidad de diálogo
En una mañana
reciente, las pequeñas oficinas de la Asociación Nicaragüense Pro Derechos
Humanos estaban atestadas de personas que esperaban presentar denuncias de
amenazas, violencia y persecución.
José, un barbero
que temía dar su apellido, dijo que había recibido amenazas de muerte por
publicar críticas al gobierno de Ortega en sus cuentas en las redes sociales.
Cerró su negocio y huyó de su casa. Dijo que hombres disfrazados con
pasamontañas habían aparecido en su casa, se abrieron paso a empujones junto a
su esposa y dos niños pequeños y saquearon el lugar, así como su barbería.
"Tengo miedo de que hagan algo", dijo. "Matan, encarcelan,
torturan... No hay ley en Nicaragua. No hay ley que pueda defenderte".
La mayoría de la
gente parece estar de acuerdo en que la mejor salida para salir de la crisis es
a través de negociaciones políticas, no de armas. Los líderes de la oposición,
los funcionarios del gobierno, los activistas de los derechos humanos, los
diplomáticos internacionales, la gente de la calle, todos hablan de la
necesidad del "diálogo".
"Ninguna de
las partes puede imponer un acuerdo sobre la otra, porque eso no pondría fin a
la violencia", dijo Oquist. Es difícil medir cuánto apoyo tiene Ortega.
Pero quienes lo apoyan citan sus argumentos de que fue elegido legítimamente,
que la constitución debe gobernar si se queda o se va, y que la oposición tiene
la culpa de sumir al país en la violencia y el desorden.
"La gente no
va a dejar que se vaya", dijo Brenda Sandino, mientras participaba en una
gran marcha a favor de Ortega el 28 de julio en Managua. A varias cuadras de
distancia, miles de personas participaron en una protesta contra Ortega,
lanzada como una marcha en apoyo del atribulado clero.
"Hubo algunos
errores", agregó Sandino, al hablar sobre la administración de Ortega.
"Pero son corregibles". Pasó junto a un grupo de agentes de policía
al lado de la carretera. "¡Te amo!", dijo ella, soplándoles besos. "¡Te
amo! ¡Te amo!". Mientras más tiempo
persista la crisis política, muchos advierten, es más probable que los
elementos de la oposición puedan tomar las armas. "El diálogo tiene que
volver", dijo Oquist, y pronosticó que el país "se hundiría en la
anarquía" si Ortega fuera derrocado.
Acaparamiento de tierras
Ya existe la
sensación de que el orden es frágil y que ha comenzado un deslizamiento
anárquico. En abril, los ocupantes ilegales comenzaron a descender en ciertas
parcelas de tierras privadas en todo el país, construyendo asentamientos
rudimentarios, de dos por cuatro metros y láminas de plástico. Las pandillas
armadas a veces lideraban el camino, saqueando y allanando el camino para los
campamentos de ocupantes ilegales.
Dueños de
propiedades agraviadas y otros críticos acusan a la administración de Ortega de
orquestar las tomas en represalia por el apoyo de la comunidad empresarial al
movimiento opositor. Cerca de 13.000 acres de propiedad privada -incluidas
tierras de cultivo, bosques, áreas mineras y terrenos destinados a desarrollos
habitacionales- han sido invadidos en al menos 37 tomas de tierra en siete
estados, según el Sindicato de Productores Agrícolas de Nicaragua, un grupo
comercial.
Pero muchos
terratenientes, al no recibir ayuda de las autoridades, se han sentido
impotentes para hacer mucho al respecto. "Los propietarios se quedan
indefensos", dijo Julio Munguía Sandoval, gerente técnico del grupo comercial.
Son cientos, si no miles de chozas las que han surgido en tierras privadas -sin
desarrollar- en colinas en las afueras del suroeste de la capital. Parte de la
tierra se había planeado para un desarrollo de viviendas, pero los ocupantes
ilegales han repartido el territorio y algunos incluso están conectando sus
chozas con electricidad.
"Esto es por
necesidad, debido a la situación", dijo Francisco -de 33 años de edad-, un
maquinista desempleado, que reclamó un pedazo de tierra y construyó una pequeña
choza para su familia. Él no dio su nombre completo porque, a pesar de haber
obtenido tierra aparentemente libre, era un crítico de la administración de
Ortega.