El triunfo de Nayib
Bukele, el nuevo presidente electo de El Salvador, es la derrota de un
bipartidismo que desde 1992 había controlado al país centroamericano. No con el
ánimo de especular sobre el cambio real que representará Bukele para su país
-eso está por verse-, es innegable que el triunfo del "outsider" es
un hito histórico.
En esta oportunidad,
Axel Preuss-Kuhne comparte el análisis de Christine Wade plasmado en el
artículo Big Victory Comes With Big Expectations for El Salvador’s
Young New President, y publicado el 11 de febrero de 2019 en el
sitio web worldpoliticsreview.com.
El "Outsider"
El 3 de febrero de
2019, los votantes de El Salvador eligieron a Nayib Bukele, de 37 años, como el
próximo presidente del país. Bukele, a quien muchos observadores describieron
como un populista por su estilo de comunicación directa y su confianza en las
redes sociales para conectarse con los votantes, derrotó a los dos partidos
políticos más poderosos en una plataforma anticorrupción que atacó los fracasos de 25 años de gobierno posterior a la guerra
civil.
Bukele también fue
elegido como un "outsider" político, aunque recientemente fue alcalde
de San Salvador y, antes de eso, de la ciudad de Nuevo Cuscatlán, y miembro del
Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional
(FMLN). Pero fue expulsado del FMLN en 2017, por sus críticas abiertas al partido
y supuestamente llamando bruja a una concejala de la ciudad y arrojándole una
manzana, un cargo que él niega, lo que significaba que necesitaba otro partido
político para su candidatura presidencial.
Su propio partido,
Nuevas Ideas, no se registró a tiempo. Luego de varias maniobras políticas,
negoció un acuerdo con la Gran Alianza para la Unidad Nacional, un partido que
en 2010 se separó de la principal oposición conservadora, la Alianza
Republicana Nacionalista o ARENA. Fue acusado de oportunismo político, de
alinearse con políticos corruptos por conveniencia política.
Los funcionarios del
partido e incluso algunos analistas de larga data de El Salvador no creían que
las encuestas, que mostraron casi universalmente que Bukele había ganado la primera
ronda el 3 de febrero por un margen sustancial, podrían ser correctas. Muchos
estaban seguros de una segunda ronda. Otros cuestionaron, no de manera injusta,
si Bukele podría convertir a sus fanáticos de las redes sociales en votantes.
Al final, Bukele y los votantes demostraron que los escépticos estaban
equivocados.
Los números de las votaciones dieron un aplastante triunfo a Bukele
Christine Wade, el día
de las elecciones, escuchó que los votantes se referían al día como
"histórico". Incluso con 20 años de experiencia en el estudio de El
Salvador y habiendo observado muchas elecciones, para Christine Wade fue
difícil apreciarlo, por la participación relativamente baja y el estado de
ánimo moderado en los centros de votación. Al igual que otros analistas,
Christine Wade estaba segura de que una alta participación favorecería a Bukele
y una baja participación, bueno, eso significaba una segunda ronda. Pero cuando
se cerraron las urnas y comenzó el recuento de votos, el significado de las
elecciones se hizo evidente. En el Centro Internacional de Ferias y
Convenciones en San Salvador, donde Christine Wade observó el conteo de votos,
los rostros de los líderes del FMLN y ARENA eran sombríos. Algunos políticos
parecían conmocionados. Bukele no sólo había ganado en la primera ronda; había
derrotado absolutamente a los dos partidos más poderosos del país.
La victoria de Bukele
es ciertamente histórica por varias razones. Primero, la escala de su victoria
es reveladora. Bukele ganó 1.434.856 votos, o el 53,1 por ciento, la mayor
votación de cualquier candidato presidencial en la primera ronda en la historia
de El Salvador. Logró esta hazaña a pesar de la participación de votantes más
baja desde 2004, del 51,1 por ciento. Bukele no sólo ganó las 14 regiones o departamentos
de El Salvador, 15 si cuenta el voto en el extranjero, sino que también ganó en
195 de 262 municipios. Cualquiera que busque ridiculizar el significado de su
victoria debido a la participación no entiende la magnitud de estos números.
En segundo lugar, la
victoria de Bukele rompió efectivamente el sistema de dominación bipartidista
que había caracterizado la política salvadoreña desde el final de la guerra
civil en 1992. El FMLN y ARENA, que generalmente acumulan 85 a 100 por ciento
de la proporción de votos en las elecciones presidenciales, sólo ganaron un 46
por ciento. ARENA, que se postuló en una coalición con varios partidos de
derecha más pequeños, ganó sólo el 31,72 por ciento, o 857.084 votos. El FMLN
gobernante obtuvo un escaso 14,4 por ciento, sólo 389.289 votos, lo que fue
particularmente devastador, ya que representó un asombroso 1,1 millón de votos
menos para el partido que en 2014. ARENA perdió más de 657.000 votos. Si bien
Bukele obtuvo una gran cantidad de votos del FMLN, claramente también obtuvo
los votos de ARENA. El mapa electoral típicamente dominado por el rojo, el
color del FMLN y el azul real, para ARENA, ahora están eclipsados en el azul
claro de Bukele.
Esta lectura
continuará en la segunda parte.