La prestigiosa
periodista Lucia Newman, publicó recientemente un artículo titulado Nicaragua:
Memories of a bygone revolution en el sitio web aljazeera.com (1
de agosto de 2018). Newman fue corresponsal en América Central y conoce de
cerca la realidad de Nicaragua.
En esta
oportunidad, Axel Preuss-Kuhne comparte esta importante reflexión periodística
de Newman, porque muestra un sandinismo fracturado, con líderes históricos que
antes fueron compañeros de Ortega y hoy son sus más enconados detractores. Un
análisis donde se evidencia como surge un dictador que en otrora se proclamó
como pacificador.
Esta lectura
corresponde a una primera parte.
Daniel Ortega: El nuevo Anastasio Somoza
Casi cuatro
décadas después de la revolución de Nicaragua, los antiguos comandantes
sandinistas creen que el presidente Daniel Ortega se ha convertido en el nuevo
Anastasio Somoza.
Nicaragua es un
país pequeño y pobre que hasta hace poco estaba fuera de buena parte del radar
mundial. Comparado con los vecinos Honduras, El Salvador y Guatemala, Nicaragua
ha sido un oasis de calma en una América Central plagada de narcotraficantes,
guerras entre pandillas y las tasas de homicidios más altas del mundo.
Pero no fue
siempre así. Lucia Newman llegó por primera vez a Nicaragua en 1983, cuando era
un escenario tropical para la Guerra Fría.
Como muchos
periodistas, sintió fascinación por la revolución sandinista. En 1979, puso fin
a la brutal dictadura de Somoza con la ayuda de varios países de América Latina
y, en menor medida, del presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter.
El ejército
rebelde del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN)
asumió el control como parte de una amplia coalición, que representó a la
centro izquierda, en una Junta de Reconstrucción Nacional.
A diferencia de
Cuba, los sandinistas representaban una revolución que respetaría la propiedad
privada, el pluralismo político y la libertad de expresión. Durante un tiempo,
gran parte del mundo quedó deslumbrado por su promesa.
Pero la relación
de los sandinistas con la Cuba comunista y el apoyo a los grupos rebeldes
marxistas regionales le ganó la ira de la administración Reagan. Pronto,
Nicaragua estaba nuevamente en guerra. Esta vez, fue contra los Contras, una
fuerza contrarrevolucionaria de nicaragüenses que fueron entrenados, armados y
financiados por Washington.
Cuba y la Unión Soviética se apresuraron a ayudar a los sandinistas
Fue entonces
cuando Lucia se mudó a Managua como corresponsal, para cubrir una región
devastada por guerras civiles y horribles violaciones de los derechos humanos.
En El Salvador y
Guatemala, la gente a menudo temía que los escuadrones de la muerte de derecha
se los llevaran en medio de la noche. Pero en Nicaragua, había más tolerancia,
incluso para los medios extranjeros más críticos.
La mística de la revolución
En los cinco años
que vivió allí, Lucia llegó a conocer bastante bien a Daniel Ortega.
No era el más
carismático o elocuente de la Dirección Nacional del FSLN, sin embargo fue
elegido para ser el primero entre iguales, tal vez porque fue visto como el
menos personalmente ambicioso. Era casi tímido en persona y se sentía incómodo
hablando en público.
A pesar de los
abusos cometidos por los sandinistas, los Contras tenían una reputación mucho
peor por los abusos contra los derechos humanos, y la mística de la Revolución
todavía era fuerte. Entonces, en medio de la guerra en 1985, Ortega se postuló
para presidente y fue elegido por primera vez.
Aunque Nicaragua
estaba en guerra, no había grupos paramilitares sandinistas vagando por las
calles. Los políticos y empresarios de la oposición desafiaron abiertamente al
gobierno. El influyente cardenal católico Miguel Obando y Bravo era considerado
como el líder espiritual de los Contras, pero nunca fue golpeado, ni las
iglesias fueron atacadas por matones armados progubernamentales, como se ve
hoy.
La guerra
continuó, los sandinistas comenzaron a reclutar por la fuerza a menores en el
ejército y Estados Unidos impuso un embargo económico que terminó por destruir
la economía. Los nicaragüenses no querían que sus hijos se mataran entre ellos.
La guerra terminó
en 1989 con un acuerdo de paz y la promesa de llevar adelante elecciones libres
y transparentes. Para sorpresa de todos, los Sandinistas perdieron. Lucia
recuerda el momento en que Ortega aceptó la derrota, jurando recoger los
pedazos y volver al poder.
Lo que no dijo fue
que tenía la intención de regresar para quedarse.
Un Ortega diferente
Un Daniel Ortega
muy diferente fue elegido en 2007. Hizo pactos con todos sus antiguos enemigos,
incluida la Iglesia Católica, el pequeño y rico sector privado y los
partidos políticos conservadores más corruptos del país.
Purgó al FSLN de
sus líderes históricos y tomó el control de las instituciones democráticas,
desde el consejo electoral hasta el poder judicial. Después de cambiar la
constitución una vez más para permitirse postularse para un tercer mandato en
2016, arregló que su contendiente principal fuera retirado de la votación. El
Movimiento de Renovación Sandinista, compuesto por disidentes sandinistas, ya
había sido excluido como partido político.
Hoy, prácticamente
todos los sandinistas originales, incluidos compañeros de armas de Ortega como
la comandante Dora María Téllez, la comandante Mónica Baltodano, Henry Ruiz y
un sinnúmero más, lo acusan de haber usurpado el nombre del partido sandinista.
Todos menos uno de
los sandinistas de la década de 1980 son ahora sus oponentes más acérrimos.
Entre ellos se encuentra su ex vicepresidente Sergio Ramírez, un prestigioso
poeta y novelista.
"La sed de
poder tiene una forma de cambiar personas", dice. "El Ortega de hoy
no tiene nada que ver con los ideales por los que muchos nicaragüenses lucharon
y murieron".
Esta lectura
continuará en una segunda parte.