Thursday, November 1, 2018

Nicaragua: Crónica de una revolución perdida. Parte 1


La prestigiosa periodista Lucia Newman, publicó recientemente un artículo titulado Nicaragua: Memories of a bygone revolution en el sitio web aljazeera.com (1 de agosto de 2018). Newman fue corresponsal en América Central y conoce de cerca la realidad de Nicaragua.

En esta oportunidad, Axel Preuss-Kuhne comparte esta importante reflexión periodística de Newman, porque muestra un sandinismo fracturado, con líderes históricos que antes fueron compañeros de Ortega y hoy son sus más enconados detractores. Un análisis donde se evidencia como surge un dictador que en otrora se proclamó como pacificador.

Esta lectura corresponde a una primera parte.

Daniel Ortega: El nuevo Anastasio Somoza

Casi cuatro décadas después de la revolución de Nicaragua, los antiguos comandantes sandinistas creen que el presidente Daniel Ortega se ha convertido en el nuevo Anastasio Somoza.

Nicaragua es un país pequeño y pobre que hasta hace poco estaba fuera de buena parte del radar mundial. Comparado con los vecinos Honduras, El Salvador y Guatemala, Nicaragua ha sido un oasis de calma en una América Central plagada de narcotraficantes, guerras entre pandillas y las tasas de homicidios más altas del mundo.

Pero no fue siempre así. Lucia Newman llegó por primera vez a Nicaragua en 1983, cuando era un escenario tropical para la Guerra Fría.

Como muchos periodistas, sintió fascinación por la revolución sandinista. En 1979, puso fin a la brutal dictadura de Somoza con la ayuda de varios países de América Latina y, en menor medida, del presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter.

El ejército rebelde del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) asumió el control como parte de una amplia coalición, que representó a la centro izquierda, en una Junta de Reconstrucción Nacional.

A diferencia de Cuba, los sandinistas representaban una revolución que respetaría la propiedad privada, el pluralismo político y la libertad de expresión. Durante un tiempo, gran parte del mundo quedó deslumbrado por su promesa.

Pero la relación de los sandinistas con la Cuba comunista y el apoyo a los grupos rebeldes marxistas regionales le ganó la ira de la administración Reagan. Pronto, Nicaragua estaba nuevamente en guerra. Esta vez, fue contra los Contras, una fuerza contrarrevolucionaria de nicaragüenses que fueron entrenados, armados y financiados por Washington.

Cuba y la Unión Soviética se apresuraron a ayudar a los sandinistas

Fue entonces cuando Lucia se mudó a Managua como corresponsal, para cubrir una región devastada por guerras civiles y horribles violaciones de los derechos humanos.

En El Salvador y Guatemala, la gente a menudo temía que los escuadrones de la muerte de derecha se los llevaran en medio de la noche. Pero en Nicaragua, había más tolerancia, incluso para los medios extranjeros más críticos.

La mística de la revolución

En los cinco años que vivió allí, Lucia llegó a conocer bastante bien a Daniel Ortega.

No era el más carismático o elocuente de la Dirección Nacional del FSLN, sin embargo fue elegido para ser el primero entre iguales, tal vez porque fue visto como el menos personalmente ambicioso. Era casi tímido en persona y se sentía incómodo hablando en público.

A pesar de los abusos cometidos por los sandinistas, los Contras tenían una reputación mucho peor por los abusos contra los derechos humanos, y la mística de la Revolución todavía era fuerte. Entonces, en medio de la guerra en 1985, Ortega se postuló para presidente y fue elegido por primera vez.

Aunque Nicaragua estaba en guerra, no había grupos paramilitares sandinistas vagando por las calles. Los políticos y empresarios de la oposición desafiaron abiertamente al gobierno. El influyente cardenal católico Miguel Obando y Bravo era considerado como el líder espiritual de los Contras, pero nunca fue golpeado, ni las iglesias fueron atacadas por matones armados progubernamentales, como se ve hoy.

La guerra continuó, los sandinistas comenzaron a reclutar por la fuerza a menores en el ejército y Estados Unidos impuso un embargo económico que terminó por destruir la economía. Los nicaragüenses no querían que sus hijos se mataran entre ellos.

La guerra terminó en 1989 con un acuerdo de paz y la promesa de llevar adelante elecciones libres y transparentes. Para sorpresa de todos, los Sandinistas perdieron. Lucia recuerda el momento en que Ortega aceptó la derrota, jurando recoger los pedazos y volver al poder.

Lo que no dijo fue que tenía la intención de regresar para quedarse.

Un Ortega diferente

Un Daniel Ortega muy diferente fue elegido en 2007. Hizo pactos con todos sus antiguos enemigos, incluida la Iglesia Católica, el pequeño y rico sector privado y los partidos políticos conservadores más corruptos del país.

Purgó al FSLN de sus líderes históricos y tomó el control de las instituciones democráticas, desde el consejo electoral hasta el poder judicial. Después de cambiar la constitución una vez más para permitirse postularse para un tercer mandato en 2016, arregló que su contendiente principal fuera retirado de la votación. El Movimiento de Renovación Sandinista, compuesto por disidentes sandinistas, ya había sido excluido como partido político.

Hoy, prácticamente todos los sandinistas originales, incluidos compañeros de armas de Ortega como la comandante Dora María Téllez, la comandante Mónica Baltodano, Henry Ruiz y un sinnúmero más, lo acusan de haber usurpado el nombre del partido sandinista.



Todos menos uno de los sandinistas de la década de 1980 son ahora sus oponentes más acérrimos. Entre ellos se encuentra su ex vicepresidente Sergio Ramírez, un prestigioso poeta y novelista.

"La sed de poder tiene una forma de cambiar personas", dice. "El Ortega de hoy no tiene nada que ver con los ideales por los que muchos nicaragüenses lucharon y murieron".

Esta lectura continuará en una segunda parte.